Los casos de presunto dopaje han sacudido de nuevo al deporte español y han cuestionado a figuras hasta ahora prácticamente veneradas.
La presunción de inocencia debe ser respetada hasta el final, hasta que se dicte sentencia, pero sobre algunos pesa ya una grave sombra de duda. Lo que sucede en el deporte es quizá lo más llamativo de una enfermedad que se cuela en todos los rincones de esta sociedad. Ya no importa el esfuerzo, sólo importa el éxito. Ya no se valora al ciclista que se parte las piernas en las subidas a picos imposibles. Sólo se valora al que viste la camisola amarilla. Nadie conoce al pequeño empresario que suda la gota gorda para pagar a sus pocos empleados a fin de mes. La portada en demasiadas ocasiones ha sido para el que dio el gran pelotazo. Alguien debería decirlo en las escuelas. Alguien debería llamar la atención a esos padres que se convierten en hooligans cuando es su hijo el que da las patadas al balón.
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