22 de septiembre de 2015

Cuando sonó La Balada del Despertador

En los últimos segundos, justo en ese momento en el que las luces se desperezan y buscan su amanecer, sonó La Balada del Despertador. Las sillas se colocaron sobre las mesas, los ceniceros se volcaron sobre la basura, las agujas se salieron del reloj.
Los corazones buscaron pasiones, los solitarios se refugiaron en los portales y las charlas más animadas fueron susurros de verdades. Justo en ese momento, cuando Rulo canta por última vez "enemigo del calor", el instinto te conduce a la playa y la inmensidad del mar se convierte en el espejo que te desnuda con brutal sinceridad.
Los recuerdos, maldita sea, los recuerdos... se agolpan en el cerebro y martillean la mente de forma desesperada, desesperante. Son fogonazos de minúsculos papeles intercambiados en clase por dos adolescentes, de aquel chico subido a un tobogán en la noche compostelana, de Escandinavia dibujada en el suelo, de esa noche sin dormir, de una playa en Cabo Polonio.
En los últimos segundos, cuando sonó La Balada del Despertador, comprendí que jamás me haría mayor.

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