17 de enero de 2010

Doce años después

Hace unos doce años, cuando trabajaba en otra emisora, en otra ciudad y mi información era la deportiva, recibí la visita de un niño que tenía dos grandes pasiones: el Compostela y la radio.
De ahí que una de sus ilusiones fuese conocer a la persona que le contaba la actualidad de su equipo y le narraba sus éxitos y fracasos. Aquel día comprendí que le hablamos a personas individuales con nombres y apellidos, resguardados bajo un paraguas de nombre audiencia que, de forma injusta, los conduce al anonimato. Lo admito: fue una enorme satisfacción cuando aquel niño reconoció mi voz. Y también lo fue dedicarle unos minutos en la radio o invitarle a vivir en la cabina una de las retransmisiones de su equipo del alma.
Este niño tiene ahora 19 o 20 años. Y estudia periodismo. Lo sé porque después de tanto tiempo ha encontrado mi dirección de correo electrónico y me ha escrito. Y me cuenta que conserva en una vieja grabación aquellos minutos de radio que fueron la "chispa" que lo ha llevado a estudiar esta carrera.
Ese correo me ha hecho pensar que a veces uno hace cosas de forma inconsciente, sin reparar en la repercusión que podrían tener. Y, al mismo tiempo, me ha hecho recordar aquellos días y recuperar aquella sensación que hoy vuelvo a tener.

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