Hoy, de nuevo, se ha repetido el ritual de la Lotería de Navidad. El bombo, los niños de San Ildefonso, los pellizcos, muy repartido, todo en ventanilla, para tapar algún agujero, o para repartir entre la familia, el gordo, lluvia de millones, la suerte esquiva a Galicia, muy tempranero, o tardío...
El ritual de todos los años. Hoy, la Administración de Lotería del mercado de San Agustín ha repartido diez mil euros. Es una cantidad modesta si se compara con otros premios. Es más, el siete de diciembre entregó más de dos millones de euros de la bonoloto y por allí no apareció ni la mitad de periodistas que hoy buscaban las declaraciones de Manuel Reija. Pero la Lotería de Navidad es así. Concentra la ilusión de muchos, de esos que llevan abonados décadas al mismo número, o a esos que compran décimos nada más ponerse a la venta. Al final, que la cantidad sea mayor o menor es casi secundario. Lo importante es que por un día todos soñamos con un golpe de suerte que nos arregle la vida. Alguien dijo que la lotería es un impuesto voluntario que grava a los que no saben matemáticas. Y así será. Pero bendito impuesto ése que hoy ha conseguido que muchos dejasen volar la imaginación.
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