20 de abril de 2007

De bomberos, afectadas y periodistas

Nunca de pequeño quise ser bombero, sueño pasajero de muchos niños que se imaginan a si mismos al frente de un camión haciendo sonar de forma insistente sirenas, primero, y apagando llamas y salvando personas, después.
Pero, con el tiempo y tras haberlos visto actuar en varias ocasiones, me quito el sombrero, admito su valor y, si me lo piden, hasta les hago la ola. Admiro en especial el rostro serio, tranquilo, profesional con el que derriban puertas o ventanas en medio del desconcierto, el nerviosismo o, en algunos casos, el pánico de las víctimas del fuego. Esta mañana me ha tocado de nuevo verlos en acción. Y me quedé pensando en una de las cosas que valoro de esa profesión. Mientras los bomberos-currito sujetaban mangueras, elevaban una escalera o hacían sabe dios qué, era el jefe (se les distingue por el casco rojo entre el amarillo del resto) el que tiraba la ventana abajo, se adentraba en la vivienda y sofocaba las llamas que salían del congelador (así me lo contó el cabo Manuel). En pocas profesiones es el jefe el que está en primera línea de fuego, nunca mejor dicho. Se ponen al frente, son la vanguardia, justifican su sueldo.
Lo que nunca te enseñarán en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Visto cómo se distingue al cabo de bomberos del resto, veamos ahora cómo identificamos al otro gran protagonista del suceso cotidiano: la afectada. Conviene saber que se tratará, en el 97 por ciento de los casos, de una mujer de avanzada edad. Este dato facilitará, sin duda, nuestra tarea, pero atención: puede presentarse en dos modalidades diferentes. En la primera de ellas, la afectada vestirá bata de casa. Es avisada del incendio y sale corriendo con lo que lleva puesto. Su localización, por tanto, no ofrece mucha dificultad. Sin embargo, no siempre es así. En ocasiones, pese a la emergencia, la afectada perderá algunos minutos en quitarse la bata y coger el abrigo más caro que exista en su armario. ¿Cómo la distinguiremos entonces de los curiosos? Efectivamente. Miremos a los pies. Casi siempre se olvida de cambiarse las zapatillas de casa por unos zapatos.
Actualización / rectificación: Esto, lo de rectificar, sí se aprende en las facultades. Me cuenta uno de los bomberos que participó en la actuación de esta mañana, uno de los de casco amarillo, que el cabo no fue el primero en entrar, sino el tercero, y cuando otros dos habían despejado ya el camino. Matizo, por tanto, mi comentario (con lo bonito que me había quedado).

4 comentarios:

  1. Anónimo6:05 p. m.

    pues yo no soy afectada y me suele ocurrir. lo de las zapatillas, digo. a lo mejor es que tengo algún fuego en casa y todavía no me he enterado. a veces, estas cosas pasan sobre todo si eres periodista

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  2. Lo de rectificar es de sabios (a saber quien lo dijo...).

    Quizás deberían saber algunos personajes públicos que eso es realmente lo que les hace ser más grandes y más queridos/as. Y no qué es o no es lo políticamente correcto.

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  3. Realmente en la facultdad no se aprende nada! Bueno, sí, miento. Yo he aprendido tres cosas:
    - Que Susan Sontag es lesbiana.
    - Que Andy Warhol se quedó calvo a los 12 años y convirtió su calvicie en un valor.
    - Que para ser reportero hay que ser guapo.

    Es una broma que tenemos mis amigos pero es un reflejo de la cruda realidad.Si señor.Verídico.

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  4. Este post me recuerda al Día de la marmota. Las historias se repiten y a pesar de ello cuánto nos cuesta a veces aprender...

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