17 de abril de 2011

Aquellos veranos en San Jorge

Los veranos de mi infancia tienen olor a toxo, junco, arena y salitre. Los veranos de mi infancia huelen a la playa de San Jorge, en Ferrol, esa especie de paraíso que nos acogía en julio y agosto. Los que allí compartían espacio -muchos de ellos trabajadores de los astilleros- se habían entrenado en la acampada libre y pronto crearon una especie de campamento de artesanales casetas de chapa de madera. A falta de los equipamientos básicos, diseñaron una red de mangueras que surtían los depósitos de agua, por riguroso orden de conexión a un grifo que nunca supe realmente cómo llegó hasta allí. La luz era de Campingaz, el saneamiento de pozos negros y el resto, fruto de la imaginación. La televisión era un lujo innecesario que tan sólo funcionó cuando mi abuelo instaló un viejo motor de coche que conseguía producir la electricidad. Allí jugué, crecí, aprendí a andar en bicicleta. Allí salía por las noches a la caza del 'cascorro', un insecto grande que aparecía por las noches y que abatíamos a golpe de raqueta. Allí pasaba Lelo todas sus tardes, todas las tardes de todas las estaciones del año, consciente de que la constante amenaza de derribo de aquel campamento ilegal en algún momento sería una realidad. Ese día, mi abuelo fue como siempre a San Jorge, subió a la parte alta y desde allí vio cómo las palas tiraban el campamento en el que un niño fue feliz.      

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