16 de octubre de 2015

A Nacho Mirás

Jamás creí que iba a tener que escribir esto. Nunca pensé que esta mala pasada de la vida sería tan brutal. Me aferraba a una esperanza cortada de cuajo por una enfermedad, el cáncer, que a menudo es implacable.
La última vez que vi a Nacho Mirás estaba feliz. Estaba rodeado de los suyos, de su familia, de sus amigos, de sus compañeros de La Voz de Galicia, de aquellos con los que disfrutó de la música en su juventud en Vigo. Hasta tocó la gaita. Y nos dijo unas cuantas verdades como sólo él podía decirlas.


Nacho era un periodista de los de verdad, inspirado en su admirado José Luis Alvite, alérgico a la alfombra o al hecho de estar encerrado en una redacción a la espera de un buen teletipo que cazar. Nacho prefería la calle, las historias de la gente. Y sabía contarlas como nadie. Nacho prefería rescatar la vida de aquel mendigo que murió a los pies de un buzón amarillo de Correos en una fría noche compostelana. Porque si él no lo contaba, posiblemente nadie se acordaría de aquel pobre hombre.
Nunca pensó que acabaría narrando su propia historia, que sería el protagonista de su crónica, hasta que un astrocitoma anaplásico grado III se cruzó en su camino. Nacho pudo quedarse recluido en casa y compartir aquella experiencia tan sólo con los más cercanos. Pero hizo todo lo contrario. Siempre quiso llamar a las cosas por su nombre y si aquello era un cáncer lo dijo con todas las letras a quien lo quiso oir.
A través de su blog, contó su historia como el gran cronista y reportero que era: con realismo y con un sentido del humor, con una retranca, que era en sí toda una lección. Pronto ganó a miles de seguidores, convertidos, como él decía, en su ejército particular para librar la batalla más importante de su vida. Nacho escribió un libro, recorrió platós de televisión, estudios de radio y librerías para sus presentaciones. Y no dejaba de decir que si a alguien le servía de algo, todo aquello ya merecía la pena. Claro que sí, Nacho, claro que servía.
Hace pocos meses dejó de escribir en su blog. Cualquiera que lo conociese mínimamente podía intuir que su estado estaba empeorando. Y ayer, por la noche, llegó la peor de las noticias.
Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo, menos de lo que me habría gustado, es cierto. Y tengo la suerte de conocer y tratar a su pareja. Durante estos meses ha ocupado un discreto segundo plano, pero siempre ha estado ahí, apoyando a Nacho de forma incondicional; otro ejemplo vital que aún no se ha contado.
Nacho Mirás era rabudo, periodista, gaiteiro y aficionado al bricolaje. Pero, ante todo, era de las personas que merecían la pena. Y qué bien habría escrito una entrada como ésta en un blog.

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