28 de octubre de 2015

La crítica

Es curioso comprobar cómo aquellos que critican a diario, sientan cátedra cada vez que abren la boca o dan lecciones de vida son los primeros en revolverse con furia cuando alguien osa cuestionarlos. Es fácil lanzar dardos envenenados a diestro y siniestro, pero muy complicado asumir que uno puede ser objeto de crítica.
Más allá de las cuestiones psicológicas que puedan esconderse detrás de este tipo de comportamientos, juega un papel la consideración reduccionista que se tiene de la crítica, entendida tan sólo como un ejercicio de acoso y derribo del contrario, sin el más mínimo interés por aportar algo positivo.
Porque la crítica es vacua si no presenta lo negativo como una oportunidad de mejora, si no presenta alternativas o si no subraya lo positivo del comportamiento, actitud o decisión objeto del comentario. Son precisamente estas debilidades de las críticas más habituales las que abonan el camino para que sean desacreditadas de cuajo por sectarias.
El ejercicio actual de la crítica es tan censurable que proponer una actitud crítica en la vida es una suerte de salto al precipicio al que nadie quiere poner arnés. Pero siempre ha sido necesaria esa actitud de preguntar, cuestionar, dudar, comparar y ponderar. Lo es, especialmente, en el periodismo, que si no es crítico no es periodismo. Por eso, cuanto más crítico sea más riguroso debe ser, si es que no quiere caer en la tentación de convertirse en un injusto juicio mediático.
A la sociedad actual le falta crítica, generosa y constructiva; quizá porque aquellos encargados de promover esa actitud son precisamente los que se revuelven al menor riesgo de sentirse cuestionados.

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