Acabamos de celebrar el primer aniversario de la declaración de la Torre de Hércules como monumento patrimonio de la humanidad.
El Ayuntamiento de A Coruña ha querido hacerlo con unas actividades que se celebraron durante todo el fin de semana y que han buscado la participación popular como elemento de vinculación de la ciudadanía con su símbolo. Si hacemos autocrítica deberíamos apuntar que pocos creyeron al principio en semejante empresa, pero a renglón seguido también tenemos que destacar que, cuando se vio posible, la reacción institucional y ciudadana fue ejemplar. Por eso, los actos de este fin de semana deben nacer con vocación de continuidad. No deben quedar en un homenaje para los primeros años que se vaya olvidando con el tiempo. El tributo al Faro da Humanidade tiene que consolidarse en el tiempo, tiene que convertirse en una tradición que atraiga todos los 27 de junio a los coruñeses identificados y orgullosos de un símbolo que alumbra al viajero y nos sitúa en el mapa.
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