17 de marzo de 2006

Ana

Siempre me ha gustado escribir. De pequeño no quería que nos pusieran dictados en clase porque prefería las redacciones. Todavía recuerdo el día que Pastora, mi profesora de primero y segundo de EGB, salió del aula con un escrito mío en su mano para enseñárselo a otra maestra. Qué contento me quedé.
Escribir fue mi tabla de salvación en la crisis de los 13 a los 16. Cada sentimiento, cada pensamiento, cada preocupación quedaban plasmados en un folio, o en dos, o en tres. Con el tiempo, aquellos papeles tuvieron lector. Lectora en este caso. Ana se tragaba todo lo que escribía y después me contestaba. Llegó un momento en que si teníamos algo importante que decirnos lo hacíamos a través de una carta. Me veo sentado con ella redactando algo para el chico que le gustaba, mientras yo la miraba deseando que algún día ese chico fuese yo. Ana fue mi segunda tabla de salvación. Pensaba que yo tenía la respuesta a todas las preguntas. Y yo, si no la tenía, la inventaba. En clase, en lugar de atender al profesor de turno, nos intercambiábamos constantemente minúsculos papelitos en los que conseguíamos contar lo que en aquel momento nos parecía lo más importante de nuestras vidas. Seguramente lo era. Guardé todos y cada uno de aquellos mensajes y estoy convencido de que si me pongo a buscar encontraré la carpeta donde quedaron protegidos para siempre. En uno de ellos me regaló una frase que lo explicaba todo: “Estas son sólo palabras vacías de significado, pero muy llenas de sentimiento”. ¿Por qué no sé nada ahora de ella?

4 comentarios:

  1. Esta vida que nos marea e nos separa. Esta redaccion sobre unha vella amiga seguro que ganhaba algun concurso.
    Un saudo.

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  2. Es curioso, tras leer tu "redacción" he recordado a las Anas de las que hace bastante tiempo que no sé nada. Ha sido bonito. Y triste, a la vez.

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  3. Anónimo1:58 p. m.

    Ana,
    qué no daría yo por ver un día
    tu ropa en un rincón de mi guarida
    formando un banderín multicolor,
    junto al atuendo de este servidor.

    Por verte, Ana,
    tocar mi corazón, yo cambiaría
    de esta misma canción la melodía
    por complacerte, Ana.
    Entro en tu cauce y suelto el timón,
    me dejo ir río abajo,
    rumbo a tu corazón.

    Ana,
    por qué rendija entró tu primavera,
    que luna habrá la noche que me quieras
    brillando en la ventana.

    Entro en tu cauce y suelto el timón,
    me dejo ir río abajo,
    rumbo a tu corazón.

    (Jorge Drexler)

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