19 de diciembre de 2005

Pero qué mierda de profesión

El día ha sido intenso, de esos de trece horas sin parar, desde que a las seis de la mañana un policía local de Ferrol le dijo a quien esto suscribe que dos personas se habían muerto en la explosión de una caldera en la fragata Extremadura.
Lo contó con la misma normalidad con la que contaría un herido leve en un alcance en la carretera de Catabois. El resto es la historia de siempre: viaje a Ferrol, búsqueda sin éxito de una declaración que echar a la grabadora, familiares destrozados perseguidos por fotógrafos y cámaras de televisión. Lo peor de esta profesión es contar muertos como quien narra la subida del IPC, sin la conciencia de la pérdida de vidas humanas. Sólo al volver, en el coche, mientras locos al volante te pasan a 170 por hora, piensas que aquel chico sólo tenía 20 años, apenas llevaba una temporada en la Marina. Y que el otro, al que ya sacabas dos años, seguramente echaría de menos estas navidades a su familia de Bilbao. De regreso, comida para celebrar con los colaboradores de la radio estas fiestas. Cambiar de cara. Porque la vida sigue. Menos para esos dos jóvenes que se la han dejado en la caldera de una vieja fragata de 30 años. Y todavía pienso "puta profesión" cuando me quejo por tener que contarlo. Otros ya nunca lo podrán hacer.

2 comentarios:

  1. Anónimo5:26 p. m.

    Hay cosas a las que uno nunca se acostumbra; mejor dicho, nunca debería acostumbrarse. Comprendo tu actitud y la valoro.

    Bicos, Irenia

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  2. Anónimo8:31 p. m.

    Sabes? Lo peor de todo es que esta vez yo ya estaba "anestesiada".
    Lo que pensabas el lunes pasado, lo de la mierda de profesión, lo de sentirte culpable por tener que ahondar en la tristeza ajena mientras los protagonistas sí que no lo podrán contar... todo eso, exactamente lo mismo, lo sentí yo hace siete meses.
    Fue también a la vuelta de Ferrol. Estaba en casa y había sido un día agotador, después de la muerte de cuatro trabajadores de Navantia.
    Creo que me siento culpable otra vez, pero en este caso, me siento culpable por no sentir nada.
    Aquel 11 de mayo casi no pude dormir. Estaba cansada por el madrugón, por el viaje a Ferrol, pero al menos, estaba. Y eso me hizo pensar, (y llorar). Esta vez ya casi ni pienso en la diferencia de estar y no estar. Ya no es nuevo para mí, y parece que ya no me afecta. Y en el fondo, me molesta que no me afecte.
    Estoy convencida de que no será la última vez que tengamos que contar cosas de estas, Marquiños.

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