¿Por qué Shakira?

Pues sí, Shakira es mi debilidad. Acaba de publicar el segundo volumen de su último trabajo discográfico, Fijación Oral, dirigido en esta parte al público anglosajón. En la primera, descubrimos, más allá de duetos y de torturas más o menos comerciales, a una Shakira enamorada de alguien que "más que nadie merece ser feliz". (No entraré en polémicas sobre el personaje en cuestión). Descubrir a Shakira, hace no más de cinco años, ha sido una auténtica sorpresa. Porque detrás de singles de éxito y de bailes sugerentes se esconden temas más íntimos, comprometidos, más complejos. Poco después de escucharla aún desconocía la existencia de la Fundación Pies Descalzos, nombre que da título a uno de sus discos, que puso en marcha cuando apenas tenía 18 años. La entidad impulsa iniciativas para favorecer la escolarización de niños en un país, Colombia, donde dos millones y medio de menores no acuden al colegio porque son obligados a trabajar. Tampoco sabía de su empeño por que en el vídeo de Octavo Día apareciese la imagen de Bush y Sadam Hussein jugando sobre un tablero de ajedrez. Su cabezonería fue tal que asesores, productores y representantes que veían las puertas de Estados Unidos cerradas acabaron por ceder. La misma cabezonería la llevó a ofrecer un concierto en Buenos Aires cuando arreciaban las críticas contra su compañero en Argentina. Casi se sale con la suya en otra ocasión. Poco antes de empezar la guerra de Irak, quiso cumplir su sueño de tocar en Oriente Medio. "¿Pero estás loca? -le dijo su representante- va a empezar una guerra". "Yo voy", se limitó a contestar. Al final, la banda se plantó y aquel concierto se supendió. Quizá todavía muchos la vean como la veía quien esto suscribe: como la chica que mueve las caderas. "Para mis papás soy una niña de cinco años y siempre lo seré".