De pequeño acompañaba a mi madre a diferentes recados. Uno que me llamaba especialmente la atención tenía que ver con la economía.
Recuerdo que íbamos a Caixa Galicia a retirar dinero que después entregábamos en un banco, de cuyo nombre no consigo acordarme. Esta experiencia infantil produjo en mi dos efectos: el primero, que le cogí manía a los bancos a los que le dábamos los cuartos, al tiempo que veía con mejores ojos a la caja que nos los daba; y el segundo, que no conseguía entender nada de una economía que te da y te quita. Esta última sensación me ha acompañado con el tiempo. Cuando empecé a leer periódicos, me paraba en titulares del tipo "Fulanito pierde mil millones en Bolsa en un solo día". Y me preguntaba: ¿y quién se ha quedado con ese dinero? La respuesta era todavía más intrigante: nadie.
Con semejante bagaje no seré yo quien trate de explicar la actual crisis económica. Sí que me llama la atención, en todo caso, la reacción de las bancas públicas, que han acudido al rescate del sector financiero. También me llama la atención que los neoliberales pidan la intervención del Gobierno; y, más aún, que un Gobierno ¿socialista? ponga ciertos reparos a intervenir. Sigo sin entender nada. Porque durante muchos años nos habían tratado de convencer de que el mercado lo arregla todo, pone a cada uno en su lugar. Así que a nadie le extrañe que lo que me pida el cuerpo sea mercado, puro y duro. Y si el mercado manda al garete al sector de la construcción, que lo mande; si el mercado hunde a bancos y cajas, que los hunda; y si el mercado nos condena a la pobreza, que nos condene. Eso me pide el cuerpo. La cabeza me pide vender el piso, retirar los ahorros e ir a plantar cebollas con Moncho.
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