El otoño está siendo duro, especialmente duro. Desde hace más de un mes las alertas meteorológicas han sido continuas.
Ya casi ni nos acordamos, pero hemos tenido vientos muy fuertes, mareas vivas que han arrastrado balaustradas de paseos marítimos, mar de fondo, lluvias muy intensas, y ahora frío, granizo, nieve y tormentas de truenos y relámpagos. Casi nada. El mal tiempo nos ha tenido casi recluidos entre casa y el trabajo, a la espera de una tregua que nos devuelva a la calle. Y aún nos queda el invierno por delante. Muchas alertas y muchos fenómenos, pero prácticamente no ha pasado nada. Y eso es así, en parte, porque las predicciones aciertan más de lo que fallan. Los meteorólogos son algo así como los árbitros de fútbol. Lo mejor que les puede suceder es pasar desapercibidos. Si aciertan, no pasa nada. Pero como se equivoquen se les echa encima todo el mundo.
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