Michael Jackson: I'll be there

Un buen día mi hermano apareció en casa con una cinta de música de un tal Michael Jackson, de quien decían que tenía un vídeo musical de terror que no deberían ver niños como yo.
Aquel álbum era Thriller, sencillamente el disco más vendido de la historia de la música. En aquella época los gustos musicales de mi hermano marcaban radicalmente los míos: escuchaba lo que le oía a través de la pared que separaban las dos habitaciones. Al tiempo que la imagen de Michael Jackson cubría las paredes de la suya, la música del 'rey del pop' fue copando los sonidos de la mía. Thriller no era más que el escaparate que guardaba en su interior la joya: Billie Jean. Michael Jackson se reveló como una estrella internacional cuando en el 25 aniversario de la Motown interpretó y bailó sobre el escenario la que posiblemente sea su mejor canción. Maravilló al público, pero a él le quedó una espina clavada. En el giro posterior al paso moonwalk no consiguió sostenerse de puntillas y con las piernas flexionadas el tiempo que a él le hubiera gustado. Era el reflejo del perfeccionismo grabado a fuego por su padre cuando, de niño, se forjó su personalidad como líder de The Jackson Five. Perfeccionismo que se tornó enfermizo.
Tras Thriller llegó Bad o Dangerous y los más hipnotizados buceamos en sus orígenes para descubrir que ya antes había triunfado en Estados Unidos cuando su compañía era sus hermanos y cuando el trabajo y el éxito le robaron su niñez. Después llegó el deterioro, el terrible viaje hacia la autodestrucción. Casi prefiero no saber. Casi prefiero ignorar de qué murió, si alguna vez abusó o no de algún niño; casi prefiero no hurgar en su degradación. Así que hoy busco vídeos por internet y lo descubro en el show de Ed Sullivan, en 1969, con I want you back, o en un concierto grabado en México, o en el reencuentro con sus hermanos, o en Yokohama, en 1987, en su mejor momento, cantando I'll be there.