Supongo que tendría cinco o seis años cuando descubrí que tenía ángel de la guarda.
Saltaba al vacío desde un muro del castillo de San Antón, mientras oía de fondo un grito con letras de "noooo..." que procedía de la angustiada boca de mi madre. Al llegar al suelo comprendí que alguien había bajado conmigo. Tuve esa sensación toda mi infancia y quizá por eso me subía al tejado del colegio a recoger pelotas de baloncesto que después pasaba a mi profesor, Marcelino Puente Bayón, a través de la ventana. No fue hasta los veinte que mi ángel de la guarda se hizo cuerpo. En la primera ocasión escogió la mágica noche de San Juan para descubrirse ante mi. Recuerdo la playa del Orzán, las hogueras, mi camiseta gris Justerini and Brooks, una botella de vodka, un coche que conducía un guardia civil medio borracho, los gritos de mi hermano y otros acompañantes en aquel vehículo, y el hospital de A Coruña. Era uno de tantos. Me dejaron en un pasillo, sentado en una silla de ruedas, con la esperanza de que se me pasase pronto. Pero no fue así. En esa gran nebulosa sólo tenía claro que en aquella esquina nadie se acordaría de mi. Me tiré. Me tiré al suelo consciente de lo que hacía y con el único objetivo de conseguir lo que conseguí. Lo siguiente que recuerdo fue el despertar en una cama de hospital, el suero en mi vena y mi ángel de la guarda ante mi. Era increíblemente guapa. Uniforme verde, bata blanca e informe en mano. “Has tenido una intoxicación etílica”, dijo. “¿Y no pone por ahí que soy un gilipollas?”, pregunté, tratando de jugar la única carta que tenía. Pero ni sonrió. La segunda vez que me encontré con mi ángel fue en medio de una rotonda. En algún lugar entre Mijas y Fuengirola. Aquel Golf granate fue embestido violentamente por un lateral trasero. Aquellos segundos en el interior de un vehículo sin control se hicieron eternos. A cámara lenta. Salí del coche, pensando que no era para tanto, y allí de nuevo apareció ella. En esta ocasión venía en motocicleta. Se sacó el casco y preguntó: “¿Estais bien?”. Crucé para contestarle y durante segundos, de nuevo en cámara lenta, no quité ojo de aquellos ojos verdes, mientras mi hermano chorreaba sangre por la frente. “Creo que sí”, contesté. Recuerdo oirla hablar, pero yo seguía auténticamente embobado. “¿Necesitais algo? ¿Quereis que me quede?”. Nunca me perdonaré haberle dicho que no.
Xa, xa... moito conto. O único anxo da guarda que tes son eu. Que nas tres ocasións estaba levando eu case a peor parte.
ResponderEliminarNa primeira, levei eu a bronca por non te vixiares.
Na segunda, fun todo o tempo chorando e gritando naquel coche de tolos co que non nos estrelamos ao carón do Juan Canalejo de puto milagre.
E na terceira vez, mentres ti lamentábasche de non poder ligar con aquela moza motorizada, eu estaba no coche sangrando despois de esnaquizar a fiestra traseira coa miña cabeza.
Por certo, corrixe o título, anda... a non ser que o que teñas sexa un Ángel de la "guardia"
otra vez me quedo fuera...
ResponderEliminar¿Porqué tu ángel de la guardia es una chica y el mío un chico?
ResponderEliminartú has visto muchas pelis ñoñas...
ResponderEliminarMe sumo a lo dicho por jicha
ResponderEliminarDemasiado happiness, me parece a mí
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