Hasta aquí hemos llegado. Ése parece ser el mensaje que quiere dejar el alcalde de A Coruña, Javier Losada, con respecto al impulso a la lengua gallega y a su incorporación a los ámbitos públicos de la ciudad. Hasta aquí hemos llegado.
No habrá ni ordenanza de normalización lingüística ni cambio inmediato y generalizado de placas de calles que conservan nombres castellanos como Arteijo o Puentedeume. Sólo se hará cuando el estado de esas placas sea tan lamentable que no quede otra que poner carteles nuevos. Algún paso se ha dado, no se crean. Los socialistas coruñeses han aceptado utilizar como único nombre oficial de la ciudad el gallego y los impresos oficiales y la publicidad institucional son bilingües. Y también lo son los discursos del alcalde en citas solemnes. Pero hasta aquí hemos llegado. Ni un paso más. A un año de las elecciones locales el equipo de Losada sabe que el tema del gallego fue muy hábilmente utilizado por el Partido Popular en las últimas autonómicas y pretende evitar cualquier resquicio que pudiese permitir la etiqueta maldita de la imposición. Porque ahí reside uno de los dramas de los que defienden la normalización língüística. Han sido incapaces de elaborar un discurso que frene la teoría de la libertad de elección frente a la imposición, por mucho que esta tesis se deslice por los resbaladizos caminos del populismo. Por eso sería bueno que se pusieran las cartas boca arriba y que los responsables políticos dijesen claramente si quieren o no frenar la caída de galegofalantes. Si la respuesta es sí, son inevitables las medidas de discriminación positiva. El resto son frases huecas, fotografías para la galería y titulares grandilocuentes para el 17 de mayo.
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